Crecí con la certeza de que era
buena y siempre dudando de ser bella, todo por una frase que repetía mi madre como
si de un mantra asfixiante se tratase: “…tu hermana es muy guapa, pero tú eres
muy buena…”, ¡Cuánto odiaba esa frase!, porque implicaba que yo no era guapa, ¡Cuánto
odiaba ser buena!, pues yo prefería ser guapa ¡Cuánto poder tienen las palabras
de una madre! Que nos hacen creer mentiras. A lo largo del tiempo parecía
confirmarse, sobre todo cuando veía que las alabanzas que los chicos regalaban
a las chicas siempre iban dirigidas a otras.
Y sin embargo, de la manera más
tonta y sin deseo alguno, como ocurren las cosas buenas de la vida, vino a mi
vida el chico ideal. Un día mi amiga Cristina me pidió el favor de acompañarla
a ella y otros dos amigos, vecinos de su barrio, la intención de ella consistía
en ligar con uno de ellos y quitarse de encima al otro, que por lo visto
llevaba tiempo enamoriscado de ella, ¡vamos una plan perfecto!, ambos chicos
estarían pendiente de ella y yo solo sería la carabina nada más. Así fue como
conocí a mi primer amor, yo tan solo tenía doce años, el primer encuentro con
el que sería el amor del resto de mi vida, a partir de ese momento buscábamos
coincidir en los momentos que nos dejaban nuestros quehaceres. Para mí era el
macho perfecto, ya que yo con esa edad había desarrollado y había alcanzado mi
máxima altura, sin embargo los chicos de mi edad eran todos muy menuditos y yo
no veía a ninguno apropiado para mí. Al contrario que este, ya que era un gran
mozalbete, guapo, moreno, alto, con buena genética para nuestros futuros hijos,
bien es cierto que había mucho que pulir y teníamos que empezar cuanto antes. No
sé cuánto duró ese escarceo, lo que sí conozco es que le tuve que dejar ya que
él, algo mayor que yo, tenía las hormonas muy revueltas y se interesaba demasiado
por jugar a las prendas, haciendo trampas para besarme siempre que podía, en la
mejilla por supuesto.
Después
de dos años y con nulo éxito entre los chicos de mi edad, un día volví a verle,
fue por mayo, estábamos en los coches de choque en la Vega, allí solíamos
reunirnos toda la muchachada adolescente. Después de un intento fallido, a la
semana siguiente le cogí por banda –para mí una acción a la desesperada– y le
obligué a pronunciar las palabras que toda chica quiere oír. Me gustaría
decirte algo –le dije con mucha picardía– pero es el hombre el que tiene que pronunciar
esas palabras, él enseguida se percató de la maniobra y como él también andaba
desesperado en sus éxitos con las chicas, me dijo. “¿Quieres salir conmigo?”, yo
le dije que sí por supuesto pero con una condición: nada de besos, de aquella
conversación tuvimos como testigo a un álamo viejo y el Tajo en el horizonte,
todo obedecía a un plan predeterminado no sé muy bien de quien, pero desde
entonces mi alma quedó ligada siendo muy niña a la de mi amado, comenzando un
camino hacia la libertad, yo contaba tan solo con trece años y él dos más, por
mi alma no ha paseado jamás otra alma que la suya, amoldándose de tal manera
que hoy no se diferencian.
© Lola Lirola, Toledo 17 de abril de 2015.
AMOR
OMNIA VINCIT
¿Podría vivir yo sin tu
amor?,
me pregunto,
podría llegar la noche
y no sentir ese calor
que me envuelve,
abrigándome del frío,
o es tal vez ese frío
una entelequia que no existe,
que me invento porque sé
que tú me abrigas.
¿Podría vivir yo sin tu
amor?,
y en su defecto, otra piel
acariciara mi esperanza.
¿Podría vivir yo sin tu
amor?,
y acostarme con la duda
que hoy no tengo,
y el dolor que tu me libras,
y el rencor que desconoces.
¿Podría vivir yo sin tu
pasión?,
o ¿no es pasión lo que tú
tienes?,
pues no lo sé, pero en tus
ojos,
ya plegados por los años,
se dibujan chiribitas,
cada vez que soy feliz,
cada vez que nos unimos
y tu notas la evidencia.
¿Podría vivir yo sin tu
amor?,
te contesto,
¿Podrías vivir tú sin la
vida?
De igual manera que sin vida,
yo sin tu amor no podría
vivir.
© Lola
Lirola, Toledo, 10 de abril de 2014.