NACER
DESPUÉS DE LA MUERTE
Ella,
que había vivido sin quitar el plástico a la vida, que había cedido su juventud
a la práctica escrupulosa de la entrega por amor, que había salido del campo de
las amapolas viajando hasta un útero ajeno, permaneciendo pura en su corazón y
fiel a la alianza primigenia. Estaba muerta.
Sobre
el tálamo blanco había modelado su camino, había dibujado las huellas
convenientes que serían los signos del mapa que guiarían a su recua, había
acallado la voz insistente que la invitaba a huir de la jaula, permaneciendo en
el paraíso a pesar de todo. Pero ahora estaba muerta.
Su
cuerpo, habitáculo salvaje de esta existencia, permaneció un tiempo tendido sin
vida sobre la cama sin que nadie lo percibiera. Tiempo en el que se libró la
más dura de las batallas, sin banda sonora, sin enemigo, sin ni siquiera
elección propia. Una batalla imperceptible a cualquier ojo humano. Una batalla
unipersonal. Los mares del sur turquesa experimentaron los embates constantes
de las aguas frías del norte, que helaban cualquier perspectiva futura, arrasando
cualquier atisbo de esperanza.
Durante
este tiempo sus pies habían echado raíces que se extendían por la alcoba buscando
la única tierra que existía, la de un cactus. Su rostro moraba sin sonrisa apagando
la atmósfera de su sangre, tiñendo de sombra cualquier horizonte. Sus lágrimas
habían hecho surco sobre la hermosura. Sus manos transparentes descansaban sobre
su pecho, con sus uñas quebradas por la batalla. Mientras, su corazón, en carne
viva, cada vez soportaba menos las señales hirientes que destrozaban cualquier
esperanza. Los buitres aleteaban en su alrededor esperando la muerte final para
comenzar a disfrutar de la carroña. Permanecía tumbada, callada, respiraba viajando
a la inmovilidad inerme del vacío total como único asilo.
Ella
estaba muerta. Murió dejando atrás cualquier vida conocida, cualquier cimiento construido,
cualquier creencia establecida. Murió a todo lo que conocía, a la esperanza, a
lo establecido, a lo experimentado, ella murió.
Sin
embargo, su corazón, contra todo pronóstico, continuaba latiendo a un ritmo
lento. Y desde la parálisis corporal observó que tenía que hacer algo, volver a
nacer, tenía que alzarse sobre la batalla, que empezar de nuevo, soltar
cualquier lastre que le llevará al recuerdo, cualquier creencia que diera
credibilidad al final de los tiempos, tenía que concebir un final más amable.
Nació
desde un útero propio, sin madre que la pariera, ni costilla de Adán del que
desprenderse. Nació en un parto sin anestesia aprovechando el comienzo del fin,
aprovechando que el cielo rompía aguas arrasando todo lo falso y lo sucio,
aprovechando que en la batalla había conocido a los contrincantes.
Nació
limpia, como había muerto, improvisó una nueva aurora, unas nuevas creencias,
una nueva esperanza, un horizonte pintado en la pared, se alzó libre de
cualquier memoria pasada.
Se
alzó desde el suelo investida con una armadura fuerte. Sus alas irreprochables
iluminaban todo, este era el momento con el que había soñado toda su vida, el
que vislumbró en su infancia, en su adolescencia, en su juventud, en su
madurez, un momento de luz. Muerte y vida juntas.
Un
nacimiento después de la muerte
Lola Lirola, Argés (Toledo) 24 octubre de
2018.