jueves, 21 de mayo de 2015

MI AMIGA COLUMBA

Uno de los regalos que experimenté durante mis primeros años fue conocer la amistad. El universo me regalo una amiga, yo hermoseé en mi alma una sala especial para ella. Son de esas personas que, aunque haya pasado el tiempo sin verla, ilumina por dentro. Columba y yo fuimos juntas al colegio desde parvulitos, cada una se desarrolló según su genética y su ambiente. Vivíamos en el mismo barrio, en casas muy cercanas. Siempre íbamos juntas, ambas tejimos un conjunto de recuerdos comunes en los que cada una dibujó con subjetividad los enlaces exactos, las experiencias necesarias, las vivencias que hicieron de nuestra niñez esa época feliz e inocente. Hoy escudriño en el desván y con ella sólo veo risas, juegos, amistad, amor, una sensación de bienestar que se amontona en mi pecho con aroma a felicidad. Por las mañanas, al ir al colegio, solía pasar por su casa a recogerla para acudir juntas. Al llamar al timbre, soltaban a los perros que salían corriendo a la calle sin prestarme la más mínima atención. Recuerdo el calor de su hogar, mientras esperaba que se arreglara para irnos, su madre elaboraba un universo sensitivo que invadía mi persona –para mí era envidiable ya que mi madre trabajaba y por las mañanas nunca estaba en casa-. La radio a todo volumen, que a esas horas siempre se oía “la familia de los Porretas”, el aroma a café se apoderaba de mi sentido olfativo, los chillidos de un loro que nunca aprendía a hablar, los perros que después de aliviarse volvían en busca del cariño de mi amiga, en el salón las huellas de una noche cosiendo a la máquina o el uniforme planchado sobre una silla –su padre trabajaba en el Café Español-, todo un escenario tan distinto a mi realidad que se me hacía atractivo. Cuando estaba preparada íbamos al colegio hablando de nuestras cosas, preguntándonos la lección o lo que fuera que tocara en cada momento, pero siempre riendo y como dos amigas. Todo era diferente en casa de mi amiga, pero lo que más me llamaba la atención era su madre, le hacía los mejores bocadillos del mundo, de tortilla francesa, de jamón de york, de lo que quisiera la niña ya que comía poco y se cansaba pronto. Además, su madre me llamaba la atención porque era joven y estaba llena de vitalidad, porque escuchaba la radio a todas horas y por las tardes mientras cosía escuchaba el programa de Elena Francis, el cual a mí me gustaba escuchar, no sabía muy bien lo que decían pero el tono monótono envolvía el ambiente, en algunos momentos había que estar calladas porque ella escuchaba los consejos con gran satisfacción. Pero si había algo que me gustaba de la madre de mi amiga era su forma de reírse a carcajadas y que detrás de la puerta de entrada a la casa tenía un poster de Manolo Otero, del cual estaba enamorada, ¿cuántas veces escuchábamos los disco de este cantante? ¡Qué peculiar era la madre de mi amiga!, aún hoy la veo por las calles de mi ciudad y siento que la quiero, que forma parte de mí, a pesar de que siempre me daba un azote en el culo y me decía: “¡culo gordo!”, yo sé que no lo hacía por herir , en el fondo le hubiera gustado que su hija se criara con tanta lozanía como lo hice yo, sin embargo mi amiga había salido a la familia de “los tomillitos” y era más bien menudita. Mi amiga Columba sabía de mis penas y alegrías, fue la primera en sufrir mi tendencia fantasiosa y creativa, había días que me pasaba horas contándole una historia que aparentemente era verídica y después de un tiempo prudencial le confesaba que era mentira. A ella eso le hacía sufrir mucho ya que yo tenían una tendencia a la tragedia, me calificaba de mentirosa. No te voy a creer más –solía decirme ella-, pero al rato se le había olvidado y volvíamos a reír y buscar nuestra compañía. Esas fueron mis primeros escarceos con el mundo de la creatividad. Mi amiga y yo éramos muy diferentes físicamente y mentalmente, pero había algo que compartíamos, no sabría decir de qué se trata. Ella respetaba mi diferencia y yo respetaba la suya. Nos amábamos tal cual éramos, sin buscar en la otra, intereses personales. Éramos y somos buenas amigas. ©Lola Lirola, Toledo 21 de mayo de 2015.

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