jueves, 8 de mayo de 2014

MY BROTHER VALENTÍN


¡Mira qué me gusta escribir! Pero, cuando es impuesto, ¡no me centro!, me entra zozobra, me pica todo y busco cualquier distracción con tal de dejarlo para más tarde. Pero… ¡debo hacerlo!, uf. Comienzo mi ritual, pongo música, y hoy, no se porqué he elegido a The Pink Floyd, me pongo los cascos, nadie tiene que aguantar mis gustos, ¡a ver si me centro!, y …todo lo contrario, la música me lleva a donde no quería, me transporta a mi niñez, ¿estaré vieja?, me descentro y siento la necesidad de escribir, sí, pero de otra cosa diferente a la que pretendía. De pronto, me transporto a principios de la década de 1970, he de reconocer que fue una época magnífica, mi niñez.
         Fui la pequeña de cinco hermanos –algo que todavía no he superado-, en esa época de mi vida me fue muy sencillo vivir, sólo tenía que dejarme querer, nada se requería de mí, era pequeña y deliciosamente tranquila, no daba problemas, lo que me hacía la preferida de todos, pronto me hice con un hueco en el corazón de mis hermanos, de mi abuelo y de mis padres, mi sonrisa y la carencia de problemas les cautivo…(al menos yo así lo viví, pueden existir otras versiones de la misma historia)
         Bueno a lo que vamos,  The Pink Floyd me transporta a mi más tierna infancia, cuando mi hermano Valentín lucía una gran cabellera y una tupida barba rizada de color castaño intermedio –en mi casa decíamos que era rubio, porque entre el resto de los hermanos predominaba el pelo oscuro–, cuando yo era tan pequeña, que nadie esperaba nada de mi, ni siquiera yo misma, cuando podía comportarme tal y como había venido de fábrica, ya que hasta ese momento tan sólo tenía insertado el programa básico, en el que no había ni virus, ni estaba obsoleto, ni siquiera desgastada, ¡Qué tiempos aquellos!. A lo que vamos, mi hermano Valentín es mueve años mayor que yo, cuando comencé a darme cuenta de que estaba en este mundo, ahí estaba él ¡todo un bigardo!, un chavalote que iba al instituto, a mí me gustaba ver todo lo suyo: su carpesano verde oscuro acolchado con los números en inglés -ese fue mi primer contacto con ese idioma-, sus discos de The Beatles, The Pink Floy, The Dire Straits…-me encantaba escucharle cantar en inglés, sus instrumentos de dibujo lineal, su guitarra eléctrica –que no se de dónde la sacó-, todo lo suyo me parecía impresionante. Pero lo que más me impresionaba era su carácter, siempre alegre, contando chistes –muchos de ellos escatológicos y guarros-, las bromas a todos, su forma de llamar Charly a mi hermano José Carlos, la sonrisa de mi madre cuando entraba él en casa –porque mi madre le quería tanto que le puso el nombre de su padre y el suyo mismo–, los “ojirris” de mi padre cuando le miraba –porque siempre ha sido su ojito derecho, sin hacer de menos al resto, todo lo que sabía y la verborrea que tenía para camelarse a todos...
         En el inconsciente tengo almacenado el latido del corazón y el sonido de los relojes con el que comenzaba el disco de The Pink Floyd junto al instante en el que me dormía cuando la anestesia me hizo efecto el día que me operaron de las anginas y él no sólo me llevó al ambulatorio, sino que me operaron encima de sus piernas; el solo de guitarra eléctrica junto con tu escayola firmada por todos y todas tus admiradoras –yo pensaba que debías tener muchas porque eras guapísimo-; las voces de angustia y de pájaros,  junto con las risas del día que a tu novia se le caló el seat 600 en la Calle Pozo Amargo y no sabía como subir la cuesta, vino llorando para que tú desfacieras el entuerto; el sonido de las cajas registradoras con el dyane 6 de tu amigo Javi cuando venía para iros de parranda…¡Tantos recuerdos!, todos agradables y es que hoy escuchando la música me acordé de mi hermano Valentín, de ese carácter tan peculiar. Unos recuerdos que marcaron mi inconsciente y ahí están…

Lola lirola, Toledo, 3 de octubre de 2013.


LLUVIA DE PASIÓN


Las gotas danzan frívolas
sobre el tejadillo hueco,
interpretando esa armonía,
preludio de una liturgia,
que despierta mi libido,
encendiendo el recuerdo
del aroma de su piel.
Ambas, aliadas, cumplimos
el pacto tácito sellado,
ellas, sujetándote a mi,
yo revelando mi deseo,
mi frescura con descaro,
sin recato, enredándote
entre sábanas tempranas.
Y tú, hechizado
en un ritual inusual,
sucumbes sin remisión,
abandonas el tormento
que tenazmente te acecha,
y te entregas al amor.


miércoles, 7 de mayo de 2014

CAMBIO DE RUMBO INEXPERADO

Nunca imaginé que lo que me ocurriría ese día cambiaría el rumbo de mi vida. Este viaje a Italia fue atípico –como si de un impulso, llegado de no se sabe donde, se tratase–, “a la aventura” un término acuñado por mi madre, la cual de vez en cuando y sin avisar se levantaba y decía: “vámonos a la aventura”, lo que significaba que salíamos de viaje, no había rumbo ni reservas de hotel, ni sabíamos dónde dormiríamos o dónde comeríamos. Yo había hecho por lo menos un par de viajes con mis padres de esa manera –siempre dentro del territorio nacional–. Esta forma tan peculiar de viajar jamás la había practicado con mi propia familia.
 El día que les dije, estas vacaciones nos vamos a Italia “a la aventura”, todos me miraron con cara de asombro –ellos ya sabían lo que significaba, ya que yo les había narrado las características de esa experiencia–, mis hijos recibieron la noticia con mucha ilusión, mientras que mi marido al principio tuvo sus dudas, pero habíamos tenido un año muy duro de trabajo y en seguida hizo del proyecto su mayor dedicación: revisión del coche, descargarse los planos de las carreteras de Francia, Italia… Yo por mi parte planifiqué las jornadas de viaje, la ropa imprescindible que debíamos de llevar en las maletas, gestioné el D.N.I. de mi hija menor, y me descargué alguna información de aquellos lugares que pretendíamos visitar. El objetivo era llegar a Roma y volver, disfrutando del paisaje…
…Llegamos a Viterbo a las once de la mañana, y pasamos gran parte del día conociendo la ciudad, el palacio papal, su plaza, sus angostas y tortuosas calles –que de alguna manera nos eran familiares-. Tardamos algún tiempo en encontrar el Monasterio de las Clarisas, el objetivo principal de visitar esta bella ciudad,  lo buscábamos porque allí se encontraba la tumba de la santa incorrupta Santa Rosa, patrona de Viterbo y del pueblo Almeriense de Alcolea –de donde procedía mi bisabuela paterna– y a la que había bastante devoción en casa, por su fama de  milagrera y de protectora de la familia. Al llegar al monasterio nos encontramos sus puertas cerradas, tuvimos que esperar en la plaza para que abrieran y poder visitar a la santa, pero aprovechamos para descansar ya que llevábamos toda la mañana andando. La visita sería lo último que haríamos en esa ciudad, después camino de Roma buscaríamos dónde dormir.
La visita fue un tanto inquietante, después de ver el cuerpo incorrupto de la santa y de rezar la oración para la protección de la familia, nos dirigimos, ya fuera de la iglesia, a una especie de habitación que tenían las monjas en donde se explicaba la historia de la santa y se exponían fotografías, entre las que había un dibujo simulado de cómo sería el rostro de la santa. Aquí es donde nos quedamos todos de piedra, el supuesto retrato era a su vez la imagen exacta de mi hija. Las niños bromearon, pero mi marido y yo nos quedamos de piedra y decidimos dar por terminada la visita. A mi se me puso mal cuerpo, pero la curiosidad era superior y decidí hacer  fotos de todo, incluido el retrato.
Después de la experiencia y del cansancio decidimos ir a comer rápidamente para luego viajar. Miguel buscó en internet algún lugar fresco en donde pudiéramos comer agradablemente. En la búsqueda, los niños no paraban de insistir en ir a un lugar de comida rápida de los que habíamos visto en la ciudad. Pero mi marido, que es un enreda, les enseñó un lugar con piscina, motivo por el que ellos cambiaron sus preferencias. Llamamos para preguntar y nos dijeron que era un hotel, pero que daban comidas y que, por supuesto, la piscina estaba abierta a sus clientes.
Miguel introdujo la dirección del hotel en el G.P.S. –había sido todo un invento descargarse los mapas italianos–: viale Fiume, 112, Albergo Domus La Quercia, el coche callejeo durante un tiempo y luego se dirigió por un camino que parecía que se alejaba de cualquier población, llegamos a un conjunto de casas que parecían ancladas en un pasado glorioso pero en un presente decrépito. En la carretera apareció un cartel que ponía “La Quercia”, realmente no sabíamos si eso era un pueblo o un barrio de Viterbo, según entramos al conjunto de casas, volvimos a salir de la población, era como si de un aldea se tratase. El GPS se quedó pillado reconfigurando la ruta. Por lo que paramos para preguntar a un señor con sombrero de paja que andaba sentado en un poyete.
-Disculpe, Hotel Domus La Quercia –pregunté demostrando mi desconcierto–
El hombre miró hacia la parte de atrás del vehículo,  mis tres hijos le miraban expectantes, el hombre farfullo una serie de palabras en italiano muy deprisa e incompresibles, señalando a
Cristina –mi hija mayor–, los muchachos parecían haber entendido alguna palabra y se quedaron susurrando con mucha intriga y riéndose de como el pastor había creído que mi hija era Santa Rosa.
“tiu, tiu…”…indicó el hombre hacia adelante, sin embargo el GPS había reconfigurado la ruta y nos urgía a cambiar de sentido. Miguel continuó y más adelante realizó un cambio de sentido haciendo caso a las nuevas tecnologías. Cual fue nuestra sorpresa que cuando pasamos por el poyete en donde estaba el pastor, éste había desaparecido, sin embargo, era muy cerca de allí en donde nos indicaba el G.P.S. que estaba el desvío al hotel.
Tomamos el desvío y estaba un gran edificio, como un seminario o monasterio al que se le había dado el uso de hotel, en el que había un gran parking. Al llegar salió un señor muy atractivo y bien vestido a recibirnos,  nos dio a entender que nos estaban esperando, se le entendía muy bien, a pesar de hablaba en italiano. En seguida le hicimos ver que queríamos comer en el restaurante, a pesar de ello nos enseñó el patio, en donde comeríamos, la piscina, los pasillos, nos dijo que todo estaba a nuestra disposición.
-Disculpen que me atreva –dijo en nuestro idioma–, no sé que intención tienen ustedes, pero disponemos de habitaciones a muy buen precio.
Las tarifas no estaban acordes a la majestuosidad del lugar, era bastante económicas. Total debíamos marchar para Roma y buscar hotel, eso sería mucho más costoso. Los muchachos estaban en internet en un ordenador que el recepcionista le había permitido, Miguel y yo nos miramos, pues si nos quedábamos, nos permitiría echarnos una buena siesta y una tarde agradable, estábamos al comienzo de las vacaciones y todo había salido rodado –así eran los viajes a la aventura––. Decidimos quedarnos y partir por la mañana a Roma, el recepcionista nos llevó a las habitaciones, una para nosotros y otra, comunicada por un pasillo con la nuestra, para los niños. Ellos estaba alegres podría pasar toda la tarde en la piscina y en internet –ya que ambos servicios eran para los clientes del hotel–.
El lugar parecía desierto, tan sólo nos encontramos con el personal, parecía que había sido dispuesto exclusivamente para nosotros. Después de una tarde agradable y descansada, llegó la noche y nos dirigimos a nuestras habitaciones, las cuales habían sido modernizadas hacía poco. Los niños se fueron a la suya. Nuestra habitación era de grandes dimensiones, tenía una chimenea  y unos grandes ventanales desde donde pudimos ver el atardecer del Lacio como introito a una noche inolvidable. Preparé un baño relajante y me sumergí en el agua jabonosa, fue allí donde tuve el primer encuentro. Oí la puerta, noté como él se deslizaba por el agua buscando las fronteras de mi cuerpo, yo con los ojos cerrados dejé que fluyera todo lo anhelado, como fondo, la luz cálida del atardecer modelaba nuestros cuerpos, dando rienda suelta al placer, que de alguna manera, en esta ocasión, estaba siendo especialmente sensual, de pronto note un calor excesivo, el agua hervía, de un respingo salte del baño, mi marido no entendía nada, él no sentía como el agua burbujeaba. En el espejo estaba el reflejo de su imagen, era igual que el dibujo que aquella mañana habíamos visto en el monasterio. Como si en un pompa me encontrase, el tiempo se paró, el calor se marchó y ella me dijo: “Ahora tú eres la guardiana, es tú responsabilidad.”, una frase que ha cambiado toda la perspectiva de mi existencia…

Lola Lirola, Toledo, 29 de abril de 2014.


ABUELA PITINA



De puntillas te deslizaste
por el eco de su mirada,
fluyendo libre
en sueños iridiscentes,
por la redondez del pómulo
hermoseando su tez canela,
por el soniquete jadeante
en primavera floreciente,
por los zarcillos añejos
de oro y zafiro,
por su amplia sonrisa
en la algazara ruidosa
de mi pajarera dichosa,
por el halo ilusorio
custodiando sus desvelos.
Ambos te percibimos,
y su llanto dibujó
tu ausencia imborrable,
tu aroma a maderas de oriente,
el desconsuelo inconsolable,
pero allí estabas, te colaste.