miércoles, 24 de julio de 2013

¿Cuál de las dos soy?

            La Delegación de Hacienda estaba especialmente repleta de gente. Susana había tardado un buen rato en explicar al conserje qué gestión debía hacer,  la verdad es que éste no le había aclarado nada. Se sentó en una gran sala. Los que esperaban miraban hacia un panel electrónico que avisaba del número y el despacho a donde debían dirigirse a realizar su gestión.
–Hola Susana, ¿Qué haces aquí? – Le preguntó Elena, ambas se conocían desde el instituto-.
–¡Cuánto tiempo sin verte!, estoy aquí porque voy a hacerme autónoma…, pero esto lleva muchos papeleos –afirmo con expresión de cansancio –.
-¡Es genial, Susana!,  todo el país en crisis, y tú sigues adelante, ¡eres la leche!, ¡eres una triunfadora! Te casaste joven, has tenido muchos hijos, has estudiado una carrera, tienes un matrimonio de más de 25 años. Si alguien está predestinado para triunfar eres tú. ¡Eres una triunfadora! –Afirmó Elena con toda seguridad–.
            Antes de terminar la conversación, Susana ya había desconectado de su encuentro con  Elena. ¡Eres una triunfadora!... Había dicho. ¿Quién, yo? –se preguntó Susana con asombro-
Susana  tenía 45 años, y sí, había tenido hijos, había estudiado, estaba felizmente casada. Todo lo que hacía, aparentemente entrañaba éxito, pero ella no lo sentía así. Así se quedó en sus pensamientos. Su realidad era otra. Allí estaba intentando comenzar una empresa porque hacía más de dos años que estaba en paro, ya había dejado de percibir el subsidio de desempleo, y por más que había buscado un trabajo, nada había encontrado, y cómo solución se le había ocurrido  hacer una empresa para impartir clases particulares,… contrataría a un profesor de inglés y juntos formarían una gran empresa. Sin embargo, ella se sentía muy mal, no había ninguna ayuda oficial, por lo que lo primero que había hecho era gastarse los ahorros de la familia, ahorros de muchos años. ¡Todo eran pegas por parte de las instituciones! ¡Todo eran gastos! Ahora no sólo no aportaba dinero a la familia, sino que se había gastado los ahorros destinados a la universidad de sus hijos. Su marido le decía que todo iría bien, pero ella estaba desolada, el miedo se había apoderado de ella y le había sumido en un estado de desconfianza continuo. No sabía cómo le iría, pero una cosa tenía claro, ella no era una triunfadora. A su edad ya tenía que tener un trabajo fijo, con una rutina adquirida, con unos ingresos anuales, una estabilidad y allí estaba, sentada, esperando para que le explicasen qué hacer, una experiencia desconocida. Susana caminaba sobre arenas movedizas. Había un contraste entre sus sentimientos y la realidad que le mostraba Elena. Entonces pensó ¿cuál de las dos soy?
LOLA LIROLA

sábado, 20 de julio de 2013

LOS MONSTRUOS NO ESTÁN DEBAJO DE LA CAMA

LOS MONSTRUOS NO ESTÁN DEBAJO DE LA CAMA.
            En ese mismo instante Carlota comprendió que había encontrado una nueva manera de  imaginar la vida.  Se encontraba escondida debajo de un mueble del salón de su casa, una estancia que lucía tan sólo de adorno, pues nunca se utilizaba. Debajo de unos de los muebles de estilo Renacimiento Español, cuyas patas eran unas esculturas de figuras monstruosas. Sus manitas tapaban sus ojos, pensaba que si no los miraba, dejaría de sentir que éstos  clavaban sus ojos en ella. Era una situación muy angustiosa y no era la primera vez que sucedía, pero a ella no le preocupaba los seres inertes, ni el cocodrilo que según su hermana –dos años mayor que ella-, le decía que había debajo de la cama, éstos le daban miedo, pero nunca le habían atacado. En esos momentos  otros monstruos más reales acechaban muy cerca de ella.
            Ese día, Carlota estaba en su habitación jugando con la Nancy y los vestidos que su madre había confeccionado con retales –esta era una gran costurera y le había hecho los más bonitos vestidos, mucho más bellos que los que le regalaban a su amiga Cristina por su cumpleaños y Navidad-, cuando escucho que alguien sin mucho acierto intentaba abrir la puerta de su casa, su corazón se aceleró, era una señal inequívoca y asimilada de que todo iba a comenzar. Carlota guardó la Nancy y el armario con todos los vestidos –nada debía delatar que ella había estado jugando en la habitación-, y esperó sentada en la cama. Bien sabía ella, que el epicentro del terremoto se concentraría en la cocina, lugar en el que su madre estaba preparando la cena de Nochebuena. Todo comenzó cuando un portazo sonó tan fuerte que los cimientos de la casa se tambalearon, su madre salió asustada de la cocina y a voces pidiendo responsabilidades, como la casa estaba dispuesta a la larga, desde la cocina hasta la entrada había dos grandes pasillos que separaban al monstruo de la madre, pero ella no parecía tener miedo, y según se acercaba hacia él las voces eran cada vez mayores. El engendro  avanzó hacia ella y cada vez era más monstruo, Carlota se tapó los oídos, pero aún así escuchaba las voces de ambos. La niña pensaba que su madre, con sus voces,  lo atraía como el canto de las sirenas a Ulises. Se asomó por la rendija y vio que su madre, muy enfadada, discutía amenazante con él. Era su heroína, pensó Carlota, ¡no tenía miedo! Sin embargo,  en otros momentos  la había visto llorar, y en algunas ocasiones había visto las señales de la lucha en su rostro. Entonces la niña le preguntaba: -Mamá, que te pasa en el ojo, y ella  contestaba. Nada que tengo ojeras como tu abuelo. Pero, yo sabía que las ojeras no van cambiando de color según pasan los días.
            En el momento que se percató que estaban muy concentrados en su batalla, aprovechó y se dirigió hacia la salida de la casa, allí  estaba el salón  olvidado de la familia, los muebles que lo decoraban pertenecían al ajuar de su madre  cuando se casó –porque según decía su padre, ella era de familia bien-, allí Carlota había encontrado su espacio, en donde nadie la encontraba. Las voces parecían más amortiguadas, principalmente porque estaban lejos, pero se oyeron voces, golpes, platos rotos, la niña quería llorar pero nada debía delatarla, porque el monstruo sabía que el punto débil de la madre eran sus hijos y arremetería contra ella con tal de continuar su batalla.
Ella pensaba que el monstruo posiblemente viniera del mismo infierno por varios motivos: porque siempre que olía de esa manera comenzaba la batalla; porque en catequesis –Carlota estaba yendo a catequesis para hacer la comunión ese curso-, le habían dicho que en el cielo había ángeles y todo era felicidad y amor, y alguien que viniera del cielo sería rubio, guapo y con una sonrisa en sus labios, y este monstruo no parecía ni rubio, ni guapo, y mucho menos sonreía; y porque cada vez que venía traía un poquito de infierno a la casa.
En esa ocasión no había nadie en casa, sus dos hermanos inmediatamente mayores estaban pidiendo el aguinaldo –era el día 24 de diciembre y antes de la cena en familia se podía pedir el aguinaldo-, a ella no le había dejado ir su madre porque era pequeña, pero no era justo porque ellos vendrían con dinero para chuches. Su padre estaba en el bar, con sus amigos, le había dicho que se fuera con él, pero como la niña se constipaba con mucha facilidad, su madre dispuso que se quedara con ella, y aunque su padre había insistido para que la madre se quedara haciendo la cena, tranquila, no pudo ser. En sus alegatos argumentó que esta no daba ni pizca de guerra –en efecto, se pasaba las horas jugando sin requerir su atención-. Ya solo quedaba un hermano, el segundo que se había ido con sus amigos, él había estado todo el otoño en Madrid, era su primer año de universidad y cuando vino parecía más grande,  más guapo y más cariñoso. De toda la gran familia, solo quedaba la madre, el monstruo –que era el hermano el mayor-, y ella. Por lo que dedujo que toda la ira recaería sobre ella misma. Él nunca le había hecho nada, siempre estaba alguno más mayor que se interponía y la salvaba, pero en esta ocasión no estaba nadie, estaban  solas: la madre y Carlota.
Las voces se hicieron más fuertes, los golpes martilleaban sus oídos, y aunque se tapaba, con fuerza, no dejaba de oírlos, su madre gemía y de vez en cuando gritaba con voz queda –porque ante todo los vecinos no debían saber que su hijo mayor era un monstruo-, pero ella sabía lo que estaba pasando. De repente, sintió que iba habitación por habitación buscando a sus hermanos –quizá porque el monstruo reconocía a su madre, o quizá para hacerla daño en donde más le dolía-. Primero fue a la de su hermano Fernando – él se llevaba todas porque era muy madrero, y “a su madre ¡qué no se la toquen!-, después buscó en la de Víctor –a éste le tenía una inquina especial porque estaba en la universidad siendo menor que él-, Carlota notó como su enfado crecía cada vez más, y su frustración le llevaba a una furia aún más ruidosa. De pronto, notó que a su madre no se la oía, la niña intuyó como en la cocina la comida había continuado cocinándose, nadie había tomado el timón de la cena, y esta continuaba orquestándose sin nadie que la dirigiera, por un momento pensó en subir a avisar a la abuela, que vivía en el piso de arriba, pero recordó que su madre les había prohibido tajantemente contar nada nadie. Además, si se movía delataría el lugar de su escondite. Los pasos del monstruo se acercaban a su habitación, amenazantes. Este abrió la puerta, la cual encontró tope en el muro de adobe de un metro de ancho, y el efecto rebote hizo que él se tropezara, se tuvo que levantar y al ver que no había nadie, se dirigió a la puerta de salida –posiblemente pensó en huir-, si alguien llegaba y veía a su madre tirada en el suelo podría pensar que había sido un ladrón.  Entonces entró en la habitación de sus padres, abrió los armarios, los cajones de la cómoda y de las mesillas. Algo estaba buscando y al no encontrarlo, su desesperación iba en aumento. Yo les había oído hablar sobre dinero, el tema preferido de discordia. El registro en la habitación de sus padres duró mucho tiempo –o al menos eso es lo que a ella le pareció-, pero al ver que nada pudo encontrar, se dirigió a la puerta de salida. Carlota estaba esperando que cerrara la puerta para salir en busca de su madre y ver qué había pasado, no tardaría mucho, sólo tenía que esperar un poco más, se dijo a sí misma, aguanta Carlota, enseguida se irá, cuando la puerta del salón donde se encontraba se abrió. Aquí continúo la búsqueda, en los cajones, detrás de las fotos, dentro de los floreros, la desazón podía con su persona, dónde tendrían sus padres el dinero que con tanto afán él buscaba. Carlota, agazapada en el suelo, se puso a rezar, ya hacía tiempo que las oraciones le transportaban a un mundo más pacífico, sin tanta angustia, le pedía a Jesús, que había sido perseguido por Herodes que la protegiera. ¡Qué sería de ella, una niña pequeña en manos de un monstruo endemoniado!, y sin ningún hermano que intercediera, ni su padre que siempre la protegía de todos. En esos momentos de furia oyó las losetas sonoras del pasillo –en su casa estas se movían y creaban una música muy peculiar-, era su madre que había vuelto a la escena, primero la había buscado a ella por toda la casa, luego había apagado los fuegos de la cocina, allí estaban los alimentos para la cena de Navidad, muchos de ellos estropeados, lo que hizo que la madre se encorajinara aún más, se dirigió hacia donde estaba su hijo –el monstruo-, y le dijo: vete de esta casa y no vuelvas más, nos has arruinado la cena de Navidad, me has roto el jarrón de mi boda, me has roto el espejo de la cómoda –Carlota pensó, porqué se preocupa su madre por los objetos cuando ella tiene sangre en la cara-, y yo voy a morir sin  haber hecho la Primera Comunión-, su hermano no lloró , ni tuvo miedo. Se dirigió hacia ella, y la dijo esta casa es mía y la he pagado yo –nadie le había dicho a su hermano que éramos pobres y la casa era de la abuela, a la que pagábamos un alquiler que en muchas ocasiones había visto que era todo lo que traía papá de su trabajo-, así que la que se tiene que ir eres tú, y la dio un empujón que la sacó al portal. Ella sabía que su madre estaría pasándolo muy mal, porque le importaba mucho lo que dijeran los vecinos, y sobre todo la abuela que era su madre –aunque nunca lo pareció porque no se comportaba como una abuela-, y no conforme con  empujarla, seguía dándola voces. Su madre se fue hacía la escalera que daba a los trasteros, intentaba calmarle pero no lo conseguía, la levantaba la voz, la mano. Carlota salió de su escondite y cogió una escoba que había en una antigua portería. Cómo él se encontraba más abajo, y ella estaba arriba de las escaleras, esta levantó la escoba  y estaba decidida a darle con ella tal golpe que desde ese día se acabarían todas las batallas. Las piernas le empezaron a temblar, los dientes  le titilaban, las fuerzas le abandonaron. Su madre que vio la escena dejó caer dos lágrimas por su rostro, sus ojos denotaban tanto terror, seguro que en esos momentos ella estaba en el infierno también. Su hermano se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y se volvió hacia su hermana pequeña, su madre le sujeto: -corre Carlota, ves con la abuela, corre, corre….Ella no podía sujetarle. Su madre medía un metro cincuenta y él había salido a la familia de su padre y medía un metro ochenta. La niña salió corriendo, llorando hacia el primer piso donde vivía la abuela Faustina, llamó a la puerta sin fuerza, salió ella. ¿Qué te pasa Carlota?, qué escandalosos sois, siempre dando voces, así es como os ha educado vuestra madre. Carlota gritó que su hermano quería matar a su madre. La abuela bajo refunfuñando, ni el día de Navidad podéis dejar la fiesta en paz. Vuestra madre os ha enseñado  a vivir en un melodrama continuo. Entonces oyó que su hermano, en tono manso, decía: Abuela, ha sido ella que está deseando que caiga la paja en el gazpacho para liarla, yo venia tan tranquilito y ella se ha puesto echa una fiera, su madre callaba. Carlota se dejó caer al suelo, las fuerzas me habían abandonado.
Su abuela dijo, pasad para dentro, que estas cosas no se pueden hablar en el portal, pasaron, la abuela subió a su casa, cogió la llave y cerro su puerta. Me dijo, vete para casa y espera en tu habitación a que venga tu padre.
Carlota llegó a su habitación, se escondió debajo de la mesa de dibujo técnico que estaba entre el armario y la ventana –los escondites eran los lugares más maravillosos a los que podía tener acceso-, se arropó con una manta y escuchando a su abuela cómo regañaba a su madre se fue quedando dormida. Hubo un momento en el que no sabía si estaba en este mundo o en otro mucho mejor. Soñó que un príncipe azul la amaba y la salvaba del monstruo, la llevaba muy lejos y la hacía descubrir emociones que nunca había imaginado, soñó que no volvía a ver al monstruo, que su madre no lloraba, que era feliz. Descubrió que había un mundo en su interior en donde podía sentir todas esas emociones –que seguramente procedieran del cielo-, edificó un mundo en el que me refugiaría cada vez que fuera necesario, en el que no existirían los monstruos, ni las abuelas que regañan, ni las familias que no tienen dinero, ni las baldosa  que suenen en el pasillo, ni la comida estropeada el día de Navidad….se quedó dormida. Eran las ocho  de la tarde cuando despertó,  se dirigió hacia el pasillo y contempló que su casa estaba desierta. El olor a  la cena de Navidad le recordó lo vivido. El olor a sopa de almendra invadía toda la casa, aunque con mezcla a lombarda. Buscó por todos las estancias y no había nadie, pensó que estarían en casa de la abuela, al llegar a la puerta se encontró con Fernando.
-Hola Fernando, ¿Dónde están todos? –le dijo esperando que le dijera, en casa de la abuela-
-Carlota, ¿De dónde sales?¿Dónde te habías metido? Te estamos buscando desde hace dos horas, papá ha ido al cuartelillo de la policía, Víctor te está buscando por casa de tus amigas. Mamá e Irene –su hermana dos años mayor, que había ido con Fernando a pedir el aguinaldo-, están en casa de la abuela. Mamá no para de llorar.
Fernando subió los escalones corriendo, de dos en dos, debía decírselo a mamá – debía informarla para que dejara de sufrir-.
-¡Mamá, Carlota está aquí, mamá, mamá!
Su madre salió del salón de la abuela, que empezó a regañar y a insultar a la niña. ¡Cállese madre!, no ve que los  niños están asustados Su madre la cogió de la mano y dijo: vamos hijos, es Nochebuena y  tenemos que cenar. Según bajamos por la escalera, llegaba su padre con su hermano Víctor,  su rostro denotaba toda la angustia posible, pero al verla, la cogió en brazos, la abrazo, la beso, y todos juntos nos fundimos en un abrazo, Carlota pensó, que su padre era su príncipe azul
Entraron en su casa y se sentaron a cenar, sin embargo ninguno quería cenar, ninguno quería hablar, ese fue el último día que vieron al monstruo. No obstante,  aunque siempre le hayan dicho que los cocodrilos de debajo de la cama no existen, y que los monstruos tampoco, todavía Carlota se despierta por las noches pensando que algún día vendrá y entonces se  acuerda de aquel  mundo que inventó en donde  todo era bello y hermoso. Después muchos años, otros monstruos han acechado a la niña frágil,  sin embargo ese fue el primero y no se le olvida.
Lola Lirola

sábado, 13 de julio de 2013

EL EMBELESO DE LAS DAMAS

,“Ta mère m'a demandé de te découvrir les secrets les plus mystérieux du lit nuptial et de t'apprendre ce que tu dois être avec ton mari, ce que ton mari sera aussi, touchant ces petites choses pour lesquelles s'enflamment si fort les hommes. Cette nuit, pour que je puisse t'endoctriner sur tout d'une langue plus libre, nous coucherons ensemble dans mon lit, dont je voudrais pouvoir dire qu'il aura été la plus douce lice de Vénus”[1]         
CHORIER, Nicolás, Aloisiæ Sigeæ, Toletanæ, Satyra sotadica de arcanis amoris et Veneris


EL EMBELESO  DE LAS  DAMAS


A las mujeres nos gusta, querida Luisa[2], que el hombre esté bien limpio, que sus manos y sus uñas no muestren la rudeza de su trabajo, que al acercarnos a ellos no huelan a pocilga, sino que su aliento  se encuentre más cerca de las hojas de menta, que al trasero de un asno. Que sus cabellos se hallen ordenados y limpios; Que sus ojos expresen la felicidad del que está con la más bella flor -aquí, pequeña Luisa, hay que prestar mucha atención-, cuando a un hombre se le borra esa expresión, es porque ya no está enamorado de ti, y a las mujeres nos vuelve loca, que el hombre te trate como a una copa de cristal que puede romperse en cualquier momento. Nos gusta sentirnos amadas, queridas,  deseadas, aunque los años, los hijos y los trabajos, hayan maltratado nuestro cuerpo. En las artes amatorias, no es tan importante el cuerpo como las miradas de dos almas que se unen, la unión de dos personas que se aman, que dejan atrás los problemas individuales, y se unen  olvidando el tiempo, el espacio, las clases sociales; eso, niña, ¡es lo más hermoso!.
-Cuéntame Francesca, cuéntame –dijo Luisa ávida de información-.
-Cuando conocí a mi marido, éramos unos niños, nuestro matrimonio fue pactado por nuestros padres, luego hubo el beneplácito por parte del buen señor –tu padre-. Cuando nos casamos, ya habíamos yacido juntos y, para mí, no había emoción en la cama. Sin embargo -esto que te voy a contar, no quiero que salga de nosotras, pequeña, si mi marido supiese…., ya le conoces, ¡es un animal!-. Cuando vivíamos en Toledo –en el palacio de los señores don Juan Padilla y doña María Pacheco-,  llegaron unos soldados –eran unos mensajeros que traían noticias del levantamiento de las Comunidades-. Doña María nos dijo que les sirviéramos agua y algo de comer, y  en un descuido, derramé la sopa encima de un soldado, enseguida le limpié, él me cogió la mano y… algo recorrió todo mi cuerpo, el flechazo fue automático, el tiempo se paró, todo lo que nos rodeaba desapareció, como sí nos quedáramos solos, él y yo. En mi vida había sentido nada igual, mi cuerpo fue recorrido por un escalofrío que erizó hasta el rincón más secreto de mi piel. Él tuvo que sentir lo mismo, porque su mirada se clavó en mis pupilas, y comenzó a ver a través de mi alma. Yo me sentí vulnerable, pensé que alguien podría ver mis pensamientos, y salí corriendo hacia la cocina, allí permanecí.  Al momento, le veo que entra en la cocina –mi aturdimiento fue algo que se veía a simple vista, menos mal que en ese momento no había nadie allí-.
-¿Cómo tengo  el honor de llamar a tan bella dama? –yo tenía veinte años, y mi juventud era patente, él tenía alguno más, no muchos, pero los suficientes para ver que era mayor que yo-
-Francesca, señor –yo, entre los militares,  no distinguía el rango y no sabía si era capitán o alférez, o qué grado tenía aquel hombre tan interesante-.
-Llámadme señor, sólo si soy su señor, sino llamadme Manuel,  –yo me ruboricé al instante-, llevo años soñando con usted, con su piel, con lo que hemos sentido al rozar nuestras manos. Mañana me voy a la guerra, posiblemente no vuelva, se que no le puedo pedir nada, pero desde que la he visto he comprendido que era la mujer de mi vida. Ha  sentido  lo mismo que yo, lo he podido comprobar, ¡déjeme  pasear con usted, esta tarde,  por la ribera del Tajo! –Manuel, quedó expectante. Miró hacia la puerta urgiendo una respuesta, ya que en cualquier momento podía entrar alguien y vernos hablando, todo serían sospechas-.
-De acuerdo, esta tarde en el baño de la Cava a las  cuatro –le dije para que se fuera y el peligro cediera. Sin embargo, había una fuerza que nacía de mi interior que me llevaba, incluso, a plantearme asistir a esa cita.
            Pasé  toda la mañana despistada, mis pensamientos eran contradictorios: por una parte estaba casada desde hacía tres años; sin embargo, yo tenía un matrimonio sin hijos, un marido tosco, y carente de sensibilidad, que había hecho que mi vida fuera monótona y sin interés; yo  sabía que era bella, que mi cuerpo todavía firme, anhelaba ser deseado y amado. Con mi marido, jamás había sentido esa sensación, que en un minuto había experimentado con él –Manuel, Francesca pronunció el nombre con tono de enamorada-.
            Sin saber qué fuerza me atraía, busqué una estratagema para poder escaparme de mis obligaciones sin levantar sospechas. Ese día me engalané especialmente, como cuando iba a misa por Pascua de Resurrección. Mi mente quería engañarme, pero mis actos decían todo lo contrario. Me acerqué hacía el lugar citado, durante todo el camino acudieron muchos  miedos, temía que no acudiera. En varias ocasiones volví sobre mis pasos. Mil preguntas acudían a mi mente, y ¿si no viene?, y ¿si me ve alguien?…pero continué, cuando llegue al puente le vi, estaba esperándome, la bajada al baño de la Cava era difícil y esperaba para ayudarme. Miré en rededor y nadie había, era junio, y al calor de la siesta todos buscaban el refugio de sus casas. Nuestras miradas se encontraron, ambos sabíamos que había una fuerza que nos empujaba a amarnos.
-Hola, tengo que decirle que….-él me tapó la boca-
-No hable mi bella dama, dejemos nuestros secretos escondidos –me tomó de la mano y me llevó a la ribera del río, seguro que él también tenía cosas que ocultar-
Allí en seguida notamos la frescura de la vegetación, nos sentamos al pie de un sauce como  cómplice de nuestro amor. Manuel me miraba con unos profundos ojos negros, y una mirada que observaba mis ojos, mis labios, mi piel. Yo la percibía palpando cada centímetro de mi cuerpo –una experiencia que nunca había intuido.  Sin mucha espera  nuestros cuerpos se acercaron buscando la misma  experiencia que habíamos sentido por la mañana, no tardó en llegar. Nuestros labios se unieron –Manuel había tomado menta, al igual que yo, por lo que ambos ratificábamos nuestra afirmación tácita-, la emoción se disparó a  sensaciones sorprendentes, Manuel sintió confirmada su intención, por lo que comenzamos a amarnos sin ningún reparo.
-Luisa, en mi vida me habían amado así –su interlocutora estaba callada, no hablaba por no interrumpir-.
            Comenzó a besarme delicadamente, la yema de sus dedos acariciaba mi tez, besó mi cuello, mi cara, mis labios, mis ojos; sus brazos me asían fuertemente, yo los sentía musculosos y fuertes. Note un aroma especial -se había perfumado. ¡Qué delicadeza!-, jamás había degustado nada igual. Noté cómo mis pechos turgentes se erizaron de placer, mi cuerpo pedía el suyo; él se descamisó, dejó su pecho fuerte al descubierto, su  aroma y sus caricias  nublaron mis sentidos; retiré mi vestido, quedé en paños menores, la fina tela de lino trasparentaba mis pechos que se encontraban repletos, firmes. En la aproximación sentí, en mi muslo, que en él todo era firme y fuerte, lo que aumentaba mi excitación. Se tomó su tiempo para  acariciarme, besarme, susurrarme cosas lindas, cosas que nunca nadie me había dicho; mi cuerpo buscaba su tacto, mi piel quería su piel; me desnudé –algo que no había hecho con mi marido en la vida-, sentí mi cuerpo más bello que nunca, el lo admiró de tal manera que me creí la mujer más bella del mundo, tomó mis pechos entre sus manos con tal delicadeza, los besó, bebió mi  juventud como nunca la habían bebido, acarició mis caderas, mis muslos, mi cintura. Mi cuerpo pedía más, pero él con toda pausa observaba los reflejos del río en mi cuerpo, besaba una y otra vez mi cuerpo, sin prisas; aunque yo, instruida a una penetración rápida a la que me había acostumbrado mi marido, quería que consumara; sin embargo, él no tenía ninguna prisa, acariciaba, besaba y yo me dejaba, enajenada del tiempo y del espacio, mi cuerpo se dejaba hacer lo que fuera, totalmente desnudo  necesitaba más. Entonces él besó  mi intimidad -di un respingo-, pues nadie me  había besado ahí, algo había oído, pero nunca lo había experimentado; él me tranquilizó, después llegó algo fuera de lo normal, la excitación fue en aumento, yo quería que hiciera lo que todo hombre hace con una mujer, pero él parecía que no quería terminar. Él continúo, de repente noté cómo una sensación, jamás sentida, que invadió mi intimidad, un sofoco continuo me hacía jadear, mi piel quedó tan vulnerable que le aparté de mí de golpe, él se rió –posiblemente conocía esa  reacción de otra mujer-, no pude evitar besarle entero, intentando dar tiempo a que esa sensación pasase. Poco a poco se fue apagando, y cuando consideró preciso  continúo, nuestros ojos se miraba buscado aprobación, placer y aceptación. Una vez que hubo pasado esa sensación en mi piel, continúo besándome, entonces desabroché su pantalón,  él colaboró desnudándose. ¡Qué cuerpo tan bien hecho!, ¡qué anatomía tan erecta y perfecta!,  -me sorprendí pensando en el miembro de un hombre sin sentir nauseas-, note su virilidad; con su fricción, un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo,  necesitaba que continuara, pero él dilató lo inesperado, sabía que  todo debía llevar un ritmo más lento. Volvió a besar mi cuerpo, yo necesitaba más, y más, y él no quería dármelo,  -¿que ocurría?, iba a volverme loca- volvió a besar mi intimidad, su lengua bebía el manjar deleitoso de mi excitación, la sensación regresó otra vez, mis pechos turgentes eran acariciados con sus manos a la vez que su lengua viajaba nerviosa por mi intimidad, pero, cuanto más quería yo, más lo dilataba él. De nuevo sentí me  morir, ¿porqué paraba?,  ¿porqué concentraba su atención  en otro punto? De repente se paró, me pidió permiso con su mirada, -no hacía falta, de sobra sabía que lo tenía-,   nuestros miembros, como si se conocieran de toda la vida hicieron las delicias de los dos, yo sentía mi sangre rápidamente viajar de un lado a otro, deteniéndose  por todo mi cuerpo, rozaban su pecho firme, él con un ritmo lento fue esperando una y otra vez, hasta que llegó la nueva sensación de antes, entonces noté cómo su miembro creció y a la vez que me llegó la sacudida a mí, le llegaba a él, el placer aumentó de tal manera que tenía ganas de gritar, le agarré y apreté su cadera hacia mi, el estremecimiento fue escandaloso, los dos, locos de placer gemimos y nos besamos, la locura invadió nuestro entendimiento, hasta llegar a la máxima excitación…después nuestros cuerpos quedaron lasos, ¿qué había ocurrido?, ¿qué había sentido?, algo extraordinario, único.
-Nunca mejor dicho, porque no la he vuelto a sentir nunca más –miro a Luisa que estaba ruborizada a su lado-
-¡Ay Dios mío, qué explícita eres! gracias Francesca, me estás siendo de mucha ayuda; intentaré no dar pistas ni detalles tan escabrosos como los que tú me has dado a mí.  Mi libro pretende ser un manual del ars amatoria, pero no te creas que me has escandalizado, ya he leído a Aristófanes, a Catulo, a Juvenal, a Marcial…etc., a todos los clásicos.
-Nada como la experiencia, mi querida Luisa, -las dos mujeres rieron, Francesca quedó pensativa-.

Lola Lirola



[1] CHORIER, Nicolás, Aloisiæ Sigeæ, Toletanæ, Satyra sotadica de arcanis amoris et Veneris: “…Tu madre me ha pedido que te descubra los secretos más misteriosos del lecho nupcial y que te enseñe lo que deberás ser con tu marido, lo que tu maridó también será, tocando esas pequeñas cosas por las que se encienden tanto los hombres. Esta noche, para que pueda adoctrinarte sobre todo con una lengua más libre, nos acostaremos juntas en mi cama, de la que me gustaría decir que será la palestra más dulce de Venus…”
[2] Luisa Sigeo de Velasco, a pesar de haber nacido en Tarancón (Cuenca), había pasado toda su vida en el reino luso, ya que su padre acompañó a doña María Pacheco en su exilio, cuando doña María, esposa de Juan de Padilla - el cabecilla comunero ejecutado en Villalar en 1521-, salió huyendo de España y encontró refugio en Portugal, llevó consigo algunos servidores, que permanecieron en ese país, como el padre de Luisa.  Ésta era una mujer políglota, poetisa, filósofa, y culta, y estuvo desde 1543-1552  -año en que se caso-, como  dama de la infanta María -hija de Manuel I “el afortunado” y  de su tercera esposa Leonor de Austria, hermana de Carlos V-.  Allí coincidieron las hermanas Sigea con algunas de las mujeres cultas más conocidas del momento, como Joana Vaz y Paula de Vicente, hija del dramaturgo.

viernes, 12 de julio de 2013

VINCENTE

Susurré tu nombre y el viento lo trasladó,
detallé tu ser que le acompañó
a algún lugar, no se bien dónde.
-Que me quiera-, establecí como premisa.
Que siempre me quiera, que me acoja en su pecho,
Que me ame por mí misma, que me vea hermosa.
-Que me quiera-.
Mi deseo sería cumplido:
¿Y la lista preguntaron?
Ninguna, -que la quiera-.
Nunca había sido tan corta, ¡qué pocas explicaciones!
Pronto se torno difícil, -un hombre que la quiera-,
indagaron, rebuscaron, preguntaron ¡qué difícil!
¿Dónde podemos encontrar un hombre que la quiera?
Muchos fueron los que se presentaron,
Sólo él “el vencedor”.
¿Qué tiene él, pregunté?:
Que te quiere.
¿Nada más? Repuse rápidamente.
Eso fue lo que pediste, tu premisa se ha cumplido.


miércoles, 10 de julio de 2013

MI ESCULTOR

Con una inefable intención fuiste engendrado:
cincelarme,  modelarme, esculpirme y tallarme.
En un principio, te fue necesario hechizarme,
fomentado  por la potencia del hado.

Emprendiste tú, rápido, la obra fundamento:
usurpaste mi ego del desperdicio,
lo pretérito era  desaparición,
preparaste, corregiste  mi conocimiento.

Me amaste hasta el extremo del precipicio.
Tú me educaste en el amor, con mucha ciencia,
con tu ejemplo me instruiste en el camino.
 De una masa informe  creaste lo que soy.

Con una inefable intención fuiste engendrado:
cincelarme,  modelarme, esculpirme y tallarme.
En un principio, te fue necesario hechizarme,
fomentado  por la potencia del hado.

Nunca dudaste de la obra de tus manos,
me intuiste anticipadamente,
incluso antes que yo misma,
siempre supiste cual sería el resultado.

Sin embargo, siempre inconclusa,
me tocas y retocas buscando mi perfección.
Yo disfruto con tus manos en mí,
porque empiezo a intuir que yo seré tu obra.

Con una inefable intención fuiste engendrado:
cincelarme,  modelarme, esculpirme y tallarme.
En un principio, te fue necesario hechizarme,
fomentado  por la potencia del hado.