Es verdad que una
profesora debe ser la que dice cuando termina la clase. Sin contar que ella
había establecido una alarma en su móvil para cada cambio de turno –estratégicamente
había escogido la sintonía de la película “La Purga”–, para que no sucediese
precisamente lo que estaba ocurriendo, pero aquella clase fue surrealista, y
cuando los alumnos dijeron que era la hora, sin saber que faltaban cinco
minutos recogió todo y se fue haciendo ejercicios de respiración mientras
atravesaba el patio hacia la siguiente clase
Tras el fracaso de
la Segunda Evaluación, Daliça se había propuesto adaptar sus explicaciones a
nivel de aquella clase, llevando material, ideando tareas agradables para ellos
…etc., y no es que no los hubiera adaptado hasta ese momento, sino que no había
sido suficiente, a tenor de los resultados. En esta clase tenía que explicar el
texto expositivo, por lo que había decidido realizar una carta de presentación
como práctica de ese tipo de texto, que se adecuara a un posible trabajo. Había
confeccionado una carta de presentación y la había cortado en sus diferentes
partes para que los alumnos entendieran que cada una tenía su espacio en el todo.
Lo primero fue
explicar las partes que la componen, que en sí mismo fue una Odisea. Ya que, previamente
debían elegir su propio trabajo, que solo eso se convirtió en el primer
obstáculo, ya que sin la ESO no tenían acceso a casi ningún trabajo, no
obstante, Daliça les dio bastante ideas de posibles trabajos, con la intención
de poder realizar dicha carta –aunque ella sabía que para estos no les pedirían
ninguna–; Una vez explicado minuciosamente cómo redactar una carta, sus partes,
el vocabulario que debían emplear y el formato, había que hacerla.
Durante todo ese
tiempo, además de estar hablando entre ellos como si estuvieran en la terraza
de un bar, allí nadie entendía nada, era como si un conjunto de alienígenas
hubiese bajado a la tierra del espacio sideral y se hubieran sentado en
aquellos pupitres. Cada palabra de explicación que apuntaba en la pizarra –por
supuesto con su propia tiza, ya que ellos la hacían desaparecer para que el
profesor mandara al delegado a por una y así perder diez minutos de explicación–,
pues, la repetían como si fuese la primera vez que la oían.
–Esta tarea la debéis hacer en Word –dijo
con toda normalidad.
–¿Qué es Word? – dijo alguien.
–Yo no tengo Word –dijo otra voz que
Daliça no distinguió porque la mascarilla hacía las voces anónimas.
–Ni yo, ni yo, ni yo –dijeron como un
eco de la primera, otras voces.
–¿No tenéis ordenador? –preguntó con
gran asombro.
–No –se oyó al unísono.
–Bueno, pues lo hacéis en un folio,
con el formato que voy a explicar – tomó la tiza y se dispuso a dibujar un
folio en la pizarra y explicar lo que era formato folio.
–Profe, yo no tengo folios, ¿no puedo
hacerlo en el cuaderno?
–Sí, pero con formato de folio.
–¿Profesora qué es formato? –Se
volvió hacia la pizarra para que no vieran su asombro y la expresión de
paciencia que le salía de natural en su rostro, ya que podían malinterpretarlo
como solían hacerlo.
Durante
toda la clase tuvo que mandar callar en numerosas ocasiones, repetir lo dictado
y lo explicado otras tantas, y hacer un alarde de paciencia sobrehumana. Daliça
no podía explicarse cómo habían llegado aquellos jóvenes a aquel grado de
desinterés por cualquier cosa académica. Una vez terminada la explicación,
dijo:
–Lo subo al programa como tarea,
tenéis hasta el lunes para entregarlo, o sea, que os dejo seis días para que hagáis
la carta, y subáis la foto. El que lo haga, se lo evalúo y no le entra en el
examen.
Llegó
el fin de la entrega: cero tareas entregadas.
Daliça
no estaba acostumbrada a aquel índice de suspensos, ya que para ella la
educación se convertía en un reto, en el que los alumnos debían aprender sin
esfuerzo y sin darse cuenta. Ya le había ocurrido otro año que le dieron un grupo
de apoyo, de los que nada se esperaba, y consiguió sacar lo mejor de todos y
cada uno de ellos. Sin embargo, con esta ocasión no lo estaba consiguiendo. Desde
que comenzara el curso había intentado varias estrategias, y ninguna de ella
había conseguido nada. Ellas –porque casi siempre eran las chicas– hacían todo
lo posible por no hacer nada durante las clases, sino era lo de la tiza, era ir
al servicio, o discutir con la profesora. En las clases, que para ellas
consistían en hablar con la de al lado, no coger apuntes, no hacer nada en
casa, y luego entregar el examen en blanco.
Daliça
se preguntaba: ¿qué clase de juventud era aquella?, con todo lo que se había
luchado en años anteriores para que la población dejara de ser analfabeta: su
abuela no había ido a la escuela nunca, no sabía leer ni escribir, algo que se
le notaba a la legua. Su madre estuvo tres meses de verano y gracias a la
República, sabía leer y era una gran lectora, pero tenía muchas faltas de
ortografía. Su padre había entrado a trabajar como aprendiz en la Fábrica de
Armas a los catorce años, y hasta que se jubiló solo había tenido tiempo de
trabajar, pero sabía leer y escribir. Por
ese mismo motivo habían hecho todo lo posible para que sus hijos estudiaran, Ella
se había educado en un momento de la vida de España en la que ir a la
universidad no era tan necesario, pero sí había escolarización y, por supuesto,
todos sabían leer y escribir, hasta el que se quedaba sin titular con el Graduado
Escolar. Daliça había estudiado hasta COU, con un nivel del actual Grado, de manera
que ella que había elegido letras puras, podía explicar matemáticas hasta un
nivel de cuarto de la ESO. En aquellos años, el que valía estudiaba, el que no,
se ponía a trabajar. Pero todos sabían leer y escribir decentemente.
En la actualidad,
el nivel del sistema educativo era penoso, pero aquello no tenía nombre. ¿Dónde
se suponía que habían estado estos chavales durante todos los cursos que habían
pasado en el instituto? La enseñanza obligatoria se había convertido en una
cárcel, en donde la obligatoriedad inyectaba el desánimo en sus mentes, y hacía
que asistir fuera un martirio para algunos. Por lo que, ellos optaban por
dormirse o liarla, cualquiera de esas dos posibilidades estaban a su
disposición cada día que asistían a clase; mientras que para los otros, sus compañeros, suponía una bajada del nivel educativo que se
generaba al intentar adaptar el nivel a todos, y por tanto, una disminución del
aprendizaje cognitivo de aquellos alumnos que intentaban colaborar. Además, sufrían
la violencia verbal y situacional producida por sus propios compañeros. Por lo
que todos, se habían acostumbrado a aquellas situaciones que se generaba. Pero
el drama no estaba en esos momentos, durante las clases, ya que los profesores
hacían de mediadores y algo amortiguaban, sino en las faltas de respeto
continúas que quedaban normalizadas en sus cerebros como parte de acervo cultural,
como parte de sus creencias, y como fundamento en su formación.
Daliça se fue
hacia el patio intentado respirar, ajena totalmente a todo, al llegar al árbol observó
que había un nido, en el que una paloma cuidaba a su polluelo, continúo
caminando y vio la glicinia florecida y se dijo: en el lugar de Yuncoslabia existe
una fauna y una flora propia.
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