El diapasón latía acompasado
al candor de la pureza,
una cadencia limpia
interpretada
con el roce de nuestra
piel,
paseando por el filo de
la luna,
arrullando el perfil en
un solo contraluz.
Cerrar mis ojos y siempre
ahí,
sosteniendo las
facciones sonrientes de mi rostro.
Y un arpegio disonante,
profanó el hálito níveo
que envolvía nuestra
atmósfera,
desterrándonos de la
luna.
Ahora somos selenitas
en tierra extraña,
y el Acanto yergue su flor,
entre dudas y recelos,
entre dudas y recelos,
sin más calor que aquel
reflejo
que nunca llega a esta
orilla.
Mientras tanto,
coloreamos una sombra que está crecida,
coloreamos una sombra que está crecida,
esperamos una paz que
se perdió,
un rescoldo entre el
hielo,
una ruta que nos guíe
hacia un nuevo caminar.
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