¡Mira
qué me gusta escribir! Pero, cuando es impuesto, ¡no me centro!, me entra
zozobra, me pica todo y busco cualquier distracción con tal de dejarlo para más
tarde. Pero… ¡debo hacerlo!, uf. Comienzo mi ritual, pongo música, y hoy, no se
porqué he elegido a The Pink Floyd, me pongo los cascos, nadie tiene que
aguantar mis gustos, ¡a ver si me centro!, y …todo lo contrario, la música me
lleva a donde no quería, me transporta a mi niñez, ¿estaré vieja?, me descentro
y siento la necesidad de escribir, sí, pero de otra cosa diferente a la que
pretendía. De pronto, me transporto a principios de la década de 1970, he de
reconocer que fue una época magnífica, mi niñez.
Fui la pequeña de cinco hermanos –algo
que todavía no he superado-, en esa época de mi vida me fue muy sencillo vivir,
sólo tenía que dejarme querer, nada se requería de mí, era pequeña y
deliciosamente tranquila, no daba problemas, lo que me hacía la preferida de
todos, pronto me hice con un hueco en el corazón de mis hermanos, de mi abuelo
y de mis padres, mi sonrisa y la carencia de problemas les cautivo…(al menos yo
así lo viví, pueden existir otras versiones de la misma historia)
Bueno a lo que vamos, The Pink Floyd me transporta a mi más tierna
infancia, cuando mi hermano Valentín lucía una gran cabellera y una tupida
barba rizada de color castaño intermedio –en mi casa decíamos que era rubio,
porque entre el resto de los hermanos predominaba el pelo oscuro–, cuando yo
era tan pequeña, que nadie esperaba nada de mi, ni siquiera yo misma, cuando
podía comportarme tal y como había venido de fábrica, ya que hasta ese momento
tan sólo tenía insertado el programa básico, en el que no había ni virus, ni estaba
obsoleto, ni siquiera desgastada, ¡Qué tiempos aquellos!. A lo que vamos, mi hermano
Valentín es mueve años mayor que yo, cuando comencé a darme cuenta de que
estaba en este mundo, ahí estaba él ¡todo un bigardo!, un chavalote que iba al
instituto, a mí me gustaba ver todo lo suyo: su carpesano verde oscuro
acolchado con los números en inglés -ese fue mi primer contacto con ese
idioma-, sus discos de The Beatles, The Pink Floy, The Dire Straits…-me
encantaba escucharle cantar en inglés–, sus instrumentos de dibujo lineal, su
guitarra eléctrica –que no se de dónde la sacó-, todo lo suyo me parecía
impresionante. Pero lo que más me impresionaba era su carácter, siempre alegre,
contando chistes –muchos de ellos escatológicos y guarros-, las bromas a todos,
su forma de llamar Charly a mi hermano José Carlos, la sonrisa de mi madre
cuando entraba él en casa –porque mi madre le quería tanto que le puso el
nombre de su padre y el suyo mismo–, los “ojirris” de mi padre cuando le miraba
–porque siempre ha sido su ojito derecho, sin hacer de menos al resto–, todo lo que sabía y la verborrea que
tenía para camelarse a todos...
En el inconsciente tengo almacenado el
latido del corazón y el sonido de los relojes con el que comenzaba el disco de
The Pink Floyd junto al instante en el que me dormía cuando la anestesia me
hizo efecto el día que me operaron de las anginas y él no sólo me llevó al
ambulatorio, sino que me operaron encima de sus piernas; el solo de guitarra
eléctrica junto con tu escayola firmada por todos y todas tus admiradoras –yo
pensaba que debías tener muchas porque eras guapísimo-; las voces de angustia y
de pájaros, junto con las risas del día
que a tu novia se le caló el seat 600 en la Calle Pozo Amargo y no sabía como
subir la cuesta, vino llorando para que tú desfacieras el entuerto; el sonido
de las cajas registradoras con el dyane 6 de tu amigo Javi cuando venía para
iros de parranda…¡Tantos recuerdos!, todos agradables y es que hoy escuchando
la música me acordé de mi hermano Valentín, de ese carácter tan peculiar. Unos
recuerdos que marcaron mi inconsciente y ahí están…
Lola
lirola, Toledo, 3 de octubre de 2013.
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