Percibo
tu ausencia en el álveo de mi fundamento,
intuyo
la escasez de tu desahogo,
el
alivio de tu entidad se ha desvanecido,
tu
hálito ya no existe.
La
distracción de mi intelecto
me
llevó por atajos anestesiantes.
Mi
altanera madurez exhortaba el silencioso camino,
debía
resistir el odioso castigo impuesto por los hados,
¡se
impuso la lucha de la prole!
Engalané
el trayecto con algazara pueril,
satisfacciones
fútiles,
carcajadas
fastuosas…
No
identifiqué la oquedad por la que aceleraba mi existencia.
Ahora
busco la reliquia de tu fragancia,
las
huellas que propicien nuestro encuentro,
mas
no hallo ni las ascuas de ti.
Hostigo
mis entrañas buscándote,
visito
lugares en donde estuvimos,
absorbo
el recuerdo más diminuto.
Solo
tu ausencia encuentro,
tan
solo una presencia liviana que no me satisface.
¿Dónde
estás? ¿Por qué te dejé marchar?
¡Pensé
que no te necesitaba!
Pero
hoy…
Reclamo
los ensoñadores ojos verdes que acariciaban mi alma,
Tu
sonrisa amplia, esencia de tu rostro, que abrigaba mi aflicción,
el
confortable regazo que acunaba mi angustia, que aquietaba mi espíritu,
la
indudable paz de tu cobijo,
mi
respiro justificado…
Pero
hoy…
¡No
estás! ¡ya nunca volverás!
Nadie
puede reemplazarte.
¡Sola!...
El
desierto se ha instalado en mi corazón.
La
obscuridad será la amiga secreta
que
me consuele en las largas vigilias que vendrán.
Construiré
una sordina invisible que enmascare mi angustia.
Sofocaré
la aflicción que socava mi interior.
Poco
a poco… moriré.
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